domingo, 22 de agosto de 2010

Camino de Santiago: Zumaya - Deba

Hoy, para desayunar, se nos han unido nueva gente como Violeta, que recorre el País Vasco en bicicleta y que lleva sentido contrario al nuestro. Suerte, Violeta.

Como verás nuestros desayunos son de lo más tradicional que hay, aunque algunos, de vez en cuando les apetezca algo más “exótico”, como unos calamaritos fritos con chocolate ¿verdad, Lucas?

Hoy nos lo vamos a tomar con más calma de lo habitual y hemos decidido permanecer unas horas en Zumaya. El motivo es la fiesta de Santiago.

Resulta que Zumaya es el pueblo del pintor Zuloaga, donde vivió y cuya casa se ha convertido en museo en su memoria. Y ocurre que en la capilla de la propiedad existe una imagen de Santiago (al que los lugareños siguen llamando Matamoros, como en la edad media, je, je) y al que los herederos del pintor han decidido honrar con un paseo en procesión y un acto religioso. Y para eso han invitado a cuanto peregrino se les ha puesto a tiro, entre ellos, a nosotros. Así que aquí nos tienes, invitados a la fiesta.

La iglesia es pequeña y no cabemos todos, así que el grupo acuerda dejar la sidra para otra ocasión, recoger las mochilas y tirar para Deba. No está lejos, pero algo adelantamos. Así que decimos adiós a Zumaya.

Por el camino, atravesamos un par de bonitos valles, donde no falta muestras de buen humor, e incluso podemos descansar saboreando una botellita de sidra casera fresquita que alguien pone a nuestro alcance (por el módico precio de 1,10€ que hay que echar voluntariamente en la caja, claro). Con una botella de agua vacía improvisamos un par de vasos y damos cuenta de la botella que queda en el cesto.

Sin embargo, no te confíes. El tramo desde Zumaya a Itziar es una subida constante que hará que tu mochila parezca más grande a cada paso.

Después, una bajada diabólica hasta el mismo Deba te hará tener ganas de bajar rodando.

Deba es un pueblo pequeño y tranquilo, y la noche algo lluviosa no da para mucho, así que lo mejor es reunirnos alrededor de la mesa y recordar los últimos momentos.

El albergue es grande y cuenta con bastantes camas. Lo cuida con esmero Patxi y está situado en la parte alta del pueblo, muy cerca del sitio por donde se llega, pero no está bien indicado, por lo que es conveniente preguntar a alguien antes de usar los ascensores para bajar al centro.
A nuestro regreso al albergue, nos acompaña una solitaria luciérnaga a la que no me he podido resistir fotografiar..

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