sábado, 5 de enero de 2008

Un paseo por el desierto

Ya está. Nos hemos pegado unos días de vacaciones en un sitio algo diferente a nuestra casa. Nos hemos juntado unos cuantos amigos y nos hemos marchado al Sur de Marruecos. Al "desierto", a Merzouga concretamente.
No tenemos mucho tiempo, así que las jornadas de coche han sido largas y rápidas, pero ha merecido la pena. Disponemos de un par de 4X4 alquilados y un par de chóferes-guías: Barek y Aissa, ambos de aquella zona.
Mientras algunos salimos de Ceuta, otros embarcan en Tarifa y nos reunimos en Tánger el primer día por la mañana.
Allí no tenemos nada que hacer. Cargar los coches y un desayuno rapidito en el Minhzab, un hotel con personalidad en la bajada desde el bulevar hacia la puerta del zoco chico, y ya estamos en camino hacia Marrakech.
Hoy el camino será rápido. Todo el tramo es de autopista, de peaje pero no demasiada cara para los precios que pagamos en las del norte del Estrecho.
La primera parada va a ser en Casablanca, para comer. Todo lo que te hayan contado sobre el caos del tráfico allí es... verdad, así que no te voy a contar nada más. Ya lo descubrirás cuando pases por allí.
Con un poco de trabajo encontramos el puerto pesquero. Allí hay un restaurante pequeñito entrando a mano derecha. Sí ya sé que frente a la entrada hay otro grande, con banderas, vigilante y demás, pero ese no es; claro que si te sobra la pasta... tú mismo. Nosotros comimos bien y nos sobró tiempo para dar una vuelta. El caos de la circulación se ha contagiado hasta a los pesqueros, ¿te imaginas qué pasará el día que tenga que salir a faenar el de las cajas blancas?

Desde aquí se puede apreciar el minarete de la Gran Mezquita y no nos podemos ir sin darle un vistazo de cerca. Merece la pena. Y a nosotros nos ha tocado la hora del atardecer, así que disfrutamos de unas bonitas luces.



Amanecimos en Marrakech. Desde la terraza del Riad hay una bonita vista de la Kotubiya, esa torre de la mezquita, prima pequeña en altura y mayor en edad de nuestra Giralda andaluza, saliendo por encima de los tejados de las casas.


Marrakech es una ciudad con más de mil años a su espalda. Su origen hacia el 1000-1100 se debe a los almorávides, tribu nómada del Sáhara, que tan bien conocimos en Andalucía. Posiblemente naciera de un campamento militar o mercado y desde allí se gobernó desde al mismo Sáhara hasta la frontera norte del Al-Andalus durante 100 años aproximadamente.
Cuando la dinastía almorávide fue sustituida en el poder por la almohade (hacia el 1150 aproximadamente) fue cuando se comenzó a construir la Kotubiya. Con ellos llegó un periodo de prosperidad en la ciudad, beneficiada por sus relaciones con Andalucía. El intercambio comercial y cultural era corriente en aquella época entre ambos reinos: Averroes murió aquí en 1198, por ejemplo.
Y si para lo bueno Andalucía fue una gran influencia en Marrakech, también para lo malo influyó en ella. Así que cuando el poder de Al-Andalus empezó a perder fuerza, también lo hizo el de la disnastía almohade, que fueron derrotada y desplazada por los benimerines del norte hacia el año 1269.
Estos perduraron con altibajos hasta el año 1521, en el que la dinastía sadiana los desplazó y se hizo dueña de la zona, tomando el control de las rutas caravaneras hacia el África subsahariana.
Y esta situación perduró hasta que en 1669, en el que el primer representante de la actual dinastía alauita toma el poder y traslada la capital primero a Meknés y luego a Fés, con lo que Marrakech pierde importancia.
Si te interesa la historia de Marruecos, este enlace te lleva a Wikipedia.
Este trasiego de poderes hace que Marrakech sea una auténtica joya en lo que a construcciones se refiere.
Una de ellas son los jardines de la Ménara. Casi 1 millón de metros cuadrados de huertos y olivos, regados por el agua de un estanque central y rodeados por murallas de adobe. En él puedes encontrar varios pabellones de estilo morisco como el que se encuentra junto al estanque.


Puedes comprobar por las dos fotografías de abajo que allí se respira tranquilidad y que las prisas y el estrés no afecta a ningún ser vivo.



De ellos se entra y se sale por una asombrosa avenida que apunta en línea recta a una de las puertas de la muralla (Bab el-Jédid, junto al conocido hotel La Mamunia) y a la Kotubiya.



No hace falta que te diga que un paseo por la parte antigua es una obligación. No te puedes perder rincones tan bonitos como éste:



Aunque el centro de todo el trajín que hay en Marrakech proviene de una más que conocida plaza. La plaza de Jemaa el-Fna.

En realidad lo importante no es la plaza, que es un triángulo no muy grande, sino lo que ocurre en ella.
Si por la mañana está llena de puestos de cacharrería para los turistas, por la tarde se empieza a animar con los conocidos cuenta cuentos, malabaristas, encantadores de serpientes y demás. Todos dispuestos a cobrarte los derechos de imagen, aunque lo más interesantes está muchas veces en las caras y actitudes del corro de gente que rodea la atracción.
Y ya por la noche, estos artistas dejan paso a los puestos de comida preparada, té, café y otros por el estilo, acompañado por grupos musicales aficionados de diversos estilos.
Una pasada. Hay que verlo.


En uno de sus lados se abre el zoco. Es enorme, limpio y ordenado y está protegido del sol con largos sombrajos de tablas. Con paciencia se puede encontrar de casi de todo.


Una visita al palmeral que existe en la afueras de la ciudad, sobre todo si es al atardecer, te cargará las pilas para el día siguiente, aunque te recomiendo que pases de hoteles maravillosos, campos de golf y enormes casas de famosos y te concentres en lo verdaderamente importante.


Lo cierto es que Marrakech es una ciudad peculiar (por decirlo de alguna manera) que se merece más atención. Me he prometido a mí mismo que gastaré más días de mi vida en pasear sin rumbo, con los manos metidas en los bolsillos, por sus calles.

Por la mañana ponemos rumbo a Merzuga. Tomamos la carretera que se dirige a Uarzazate, hacia el paso de Tizi n'Tichka, una carretera de curva tras curva, a más de 2.200 metros de altura que no recomiendo tomar si ha nevado o existe riesgo de nevada.
Si al principio puedes ver algún que otro bosque de pinos, a cierta altura la tierra está pelada, anunciándote ya el desierto. En la fotografía de abajo puedes ver al fondo las montañas que acabamos de pasar desde el lado sur, el opuesto a Marrakech y en primer plano, las primeras tierras del semidesierto.



Por el camino encontramos nuestro primer Ksar (Alcázar), el de Ait Ben Haddu, razonablemente conservado gracias a las reconstrucciones que se han llevado a cabo, con motivo del rodaje de películas como Lawrence de Arabia y que ha dado origen al auge de Uarzazate como estudio cinematográfico. En el pueblo del otro lado del río, encontrarás alguna que otra cafetería y algunas tiendas.


A la llegada a Uarzazate encontramos un movimiento de agentes de la ley mayor de lo normal. Por las noticias nos enteramos que el Rey se encuentra de visita hoy en la ciudad. Desde ella hasta la residencia real, situada junto a un campo de golf ¡! y un complejo hotelero ¡! a varios kilómetros hacia el oeste, hay un policía casi cada 100 metros, de manera que no quede ningún metro de carretera fuera de su vista. Nos damos prisa en pasar; no queremos que una comitiva real nos deje en el arcén parados.

Desde aquí comienza la ruta de las Kasbas, esos poblados de adobe con aspecto de fuerte militar, situado junto a los cauces de los ríos, únicas zonas cultivables de esta parte de la tierra.
Empezamos a subir por el valle del Dadés por pueblos preciosos como Skura o Kella Mguna, dedicados a sus cultivos frutales y a los de rosas.



Echamos un vistazo a la Garganta del Todra antes de que nos coja la noche y estoy seguro que en el próximo viaje la patearé hasta la anterior del rió Dadés, por encima de las primeras estribaciones del Alto Atlas.
El resto del viaje hasta Merzuga, lo hacemos de noche y la oscuridad solo me deja intuir la tierra por la que nos movemos.

Al final llegamos a nuestro destino. Un albergue situado en pleno desierto, pasado Merzuga, en el que se nos recibe a golpe de tambor y qraqeb por una banda de músicos vestidos todo de blanco. Una pasada.
Por lo pronto parecía que la gente se había tomado algo y antes de que nos diéramos cuenta, ya había un corro bailando en la puerta del albergue. No te pongo las fotos porque algunos me cortaría el pescuezo, pero ganas tengo ;-)


En fin, tras alojarnos y la cena de rigor, Alí, el dueño del albergue nos programó una segunda parte del concierto de música gnawi.



Para que disfrute tú también, aquí tienes un corte:


Al día siguiente, esto es lo que nos encontramos al salir de la habitación.


La parte trasera del albergue da a las mismísimas dunas del Erg Chebbi. Y a su alrededor se extiende los primeros kilómetros de la inmensa Hamada del Guir que une a Marruecos y Argelia.
Si no has estado nunca, te puedes hacer una idea con las fotos de debajo tomadas en todas las direcciones desde el punto en que me encontraba.



Inmensas llanuras y lomas desprovista de vegetación y cubiertas por rocas sueltas, donde el único signo de vida lo pone las huellas de los dromedarios (y de los vehículos a motor) y alguna que otra plantita en lo que debería ser el cauce arenoso de algún arroyo y que ahora no pasa de ser una cicatriz más en el paisaje.
Una zona vacía en la que circulan únicamente las patrullas militares que custodian la zona fronteriza con Argelia que se encuentra a poco más o menos un centenar de kilómetros y que en la foto siguiente coincide con la meseta del horizonte.


Aunque no todo son piedras. También está la arena. Esta que ves abajo es parte del Erg Chebbi, un "pequeño" arenal de unos 30 kilómetros de largo, separado de los grandes ergs del Sáhara, que se encuentra justo al lado de Merzuga (o Merzouga, si el mapa es francés). Sus dunas son impresionantes. La mayor de ella puede alcanzar facilmente los 150 metros de altura.


La arena es de un dorado rojizo que cambia con la luz y las sombras a lo largo del día, pero que adquiere sus tonos más atractivos al amanecer y al anochecer, que es cuando la luz incide sobre ella de forma rasante, acentuando las formas de las dunas.


Hoy, nuestro plan era atravesar de norte a sur el erg para verlo y admirarlo en su totalidad.
Aunque a mitad de camino paramos junto a una casita de adobe que tenía al lado una pequeña jaima, cerca de un pequeño oasis de palmeras y un pozo.
Allí nos recibió esta persona que ves en la fotografía. Un antiguo nómada que se ha visto obligado por las circunstancias a convertirse en sendetario y para el que los turistas como nosotros representa unos ingresos extras. Su cometido: invitarnos a un té en su jaima.


Una curiosidad. En esta zona se prepara el té de forma diferente al que estamos acostumbrados. Mas fuerte, nada o poca yerbabuena y poca azúcar. Sin embargo a nosotros se nos obsequia con una ración extra de azúcar, claro que antes hay que rasparla del "terrón".
Aquí está Alí sosteniendo en la mano el terrón de azucar.


Y estos dos, son dos guiris disfrutando después de haberse tomado el té y haciéndose fotos para el "yo-estuve-allí". La chilaba es de Aissa, nuestro chófer-guía, que me la prestó ese día. Gracias amigo.

Ese día tuvimos un encuentro de suerte. En una de nuestras paradas nos encontramos con una caravana auténtica, de las que se dedican al transporte de mercancias y no de turistas que, al parecer, todavía quedan. Ese hombre que charla con Alí era el conductor y a mí me recordó a un arriero de nuestra tierra, aunque con dromedarios en vez de mulos.

Ese día acabó con un paseo por las dunas que hay cerca de nuestro albergue. Sin comentarios.


Al día siguiene vamos de pueblo. Hoy nos acercamos a Rissani, capital del Tafilalt (la zona en que estamos) y origen de la dinastía alauita actualmente en el poder.
Hace 10-15 años era un poblamiento diseminado de casas de adobe, cuyos habitantes se dedicaban a trabajar sus parcelas regadas con el agua del río Gheris o de los pozos existentes, y que una vez en semana se reunían en un gran mercado. Hoy la población se está concentrando a lo largo de la carretera Merzuga-Erfud, en casas de dos o tres plantas con los bajos ocupados por los comerciantes, aunque el mercado (ya diario) sigue dando trabajo. Según Aissa, los dátiles de Rissani tienen fama de ser los mejores de todo Marruecos, aunque él ha nacido aquí, así que no sé si será imparcial ;-)
Una de las cosas importantes del pueblo es la zagüía (mausoleo) de Mulay Ali Chérif, fundador de la dinastía alauita, aunque al estar dedicada al culto musulmán, los infieles nos tenemos que conformar con verla por fuera.
Lo que sí se puede visitar es el Ksar Abbar, o lo que queda de él. Parece ser que se construyó en el siglo XIX para alojar a algún que otro exiliado de la familia real, a algunas de las viudas del sultán y, lo mejor de todo, a parte del tesoro imperial.
Por esta razón, pienso, estaba construido con una triple muralla y estaba defendido en tiempos por una guarnición de soldados negros y un buen equipo de cañones.
Se entra por una puerta en ángulo y se van atravesando una a una las tres murallas, tras pasar por sendos patios. El el tercero y último está lo que queda del antiguo palacio que conserva aun algún techo pintado, algunas escayolas en las paredes y un par de puertas en pié.


Y no nos podíamos ir de Rissani sin visitar su zoco. Lo propio en estos casos, aunque la botica parecía muy bien surtida y tuvo mucho éxito entre nosotros. En mi caso, yo me traje un poco de mezcla para quemar en las ascuas de carbón y que den buen olor. No sé qué son la mitad de las cosas que lleva, pero el perro de la aduana española me miraría despues más de lo normal y con una mirada que no me gustó nada de nada. En fin, será mejor quemarla cuando no tenga que conducir (je je).


También paramos en casa de un comerciante de plata, donde encontramos algunas antigüedades, como estas dos auténticas sillas de montar... dromedarios. ¿Que pasaría si el j... dromedario se para en seco?



A mediodía nos esperaba una sorpresa. Como nos venía bien para el viaje de la tarde, habíamos quedado en comer en el "campo" y así ahorrar tiempo. Así que nos esperaba una "barbacoa" organizada por Alí en no-sé-qué-sitio, en medio de la arena.
Cuando llegamos, aquello parecía "Memorias de Africa". Alí había hecho llevar un par de mesas con sus sillas y las había colocado sobre una alfombra sobre la arena, junto a unas sabinas enormes para lo que se encuentra allí y al lado de un pozo. La carne, sobre un anafe para pinchitos echaba humo y sobre las mesas, las ensaladas y las bebidas nos estaban esperando. No nos lo podíamos creer.



La comida terminó con la tertulia alrededor del té, claro que tuvimos que cambiar el sofá por una alfombra en la arena.
Y una sorpresa. A un par de kilómetros de Merzuga está esta preciosidad de lago. La verdad es que depende bastante de las lluvias que caigan, pero en invierno suele estar de esta manera.
Entre sus visitantes se cuenta el flamenco rosa, que en invierno gusta de hacer una paradita en estas aguas como puedes ver en la foto de más abajo.


Esta noche será la última que pasemos en Merzuga y Alí nos tiene preparada un par de sorpresas.
La primera de ella es la cena a base de cordero al horno, pero no un horno normal, sino uno de piedra que tiene afuera en la arena.
La receta es sencilla. Se hace una buena hoguera y se procura que quede un buen montón de ascuas. Se llena con ellas el horno por la base y se tapa el agujero con barro. Se introduce el cordero suspendido de un palo por la parte superior y se sella con el mismo barro el orificio. A la hora y media más o menos, el cordero está como el de la foto.


En la cocina no se paraba. Al cordero había que añadirle algún que otro cus-cus y algún que otro tayín, y fuimos muchos para cenar esa noche.

A los habituales del albergue, esa noche se les sumaron algunos vecinos del pueblo. El motivo fuela segunda sorpresa: celebrar un casamiento al estilo bereber de una pareja de nuestro grupo.
Así que apareció de nuevo la orquesta de músicos gnawa, un comerciante del pueblo nos trajo las clásicas ropas azules para todos y, cuando ya nos habíamos cambiado de ropa, apareció una comitiva que estaba abierta por los músicos y se cerraba con nuestros dos amigos vestidos a la usanza bereber.

Y para dejar constancia del hecho, aquí tienes una foto de familia. No me preguntes quién es quién. Solo te diré que los de blanco, son los músicos; el del pañuelo celeste al cuello, es Aissa y el del pañuelo blanco y negro en la cabeza, es Barek. El resto... adivínalo tú.


Aun pasaron algunas cosas más en el viaje de regreso, pero ninguna tan divertida como las que habíamos pasado los días anteriores, así que me las voy a saltar.

Para terminar, solo un consejo. Si tienes oportunidad de viajar por allí, no te lo pienses dos veces. Yo pienso volver en cuanto tenga una oportunidad.

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